1 sept 2017

Con vaivén de hamaca

Como si el ritmo se desbordara en todo el cuerpo, extendiéndose por cada nervio, reviviendo cada sentido, empezando por los oídos, es música que se siente como un remedio terapéutico, un momento de gozadera y meditación en el tiempo. Suena con fuerza en el parlante: “Canto a la raza, raza de bronce / raza jarocha, que el sol quemó”, los dedos del bailador siguen la clave sobre la mesa de madera mientras está sentado y desde el cerebro surge la orden de ponerse en movimiento.
Continúa Papaito cantando:
(…)A los que sufren
A los que lloran
A los que esperan
Les canto yo.
Alma de jarocha que nació morena
Talle que se mueve con vaivén de hamaca
Tardes perfumadas con besos de arena
Tardes que semejan paisajes de nácar
Dime dónde viven las quejas dolientes
de toda una raza llena de amarguras
Alma de jarocha que nació valiente
para sufrir toda desventura. (….)

Toma el último trago de su cerveza y con señas le agradece al Dj por complacer su petición. En su mente retumba la frase ‘alma jarocha’: “la mía, la de mi gente negra-caribeña, la de esta ciudad”; se pone de pie, al mismo compás van los pies dando pasos con los hombros, por otro lado las manos se mueven, las extremidades parecen independientes entre sí, pero el sabor está implícito.  Ya no es sábado, pero ¿Qué hora es? Seguramente pasada la medianoche ¿qué importa? Mañana no hay que madrugar.

Desplazándose con total sigilo entre mesas, sillas y personas de pie en ese pequeño establecimiento en forma de ‘U’, -ubicado en un extremo de El Portal de los Dulces, justo al lado de donde termina el rock, por supuesto, en el Centro Histórico de Cartagena de Indias-; se muestra impregnado de baile ese cuerpo menudo, hecho de esas pieles blancas que el sol no puede broncear y solo logra poner roja, adornada de unas cuantas pecas, llama la atención su afro pelirrojo, tiene un aire hípster con sus nuevas gafas de aumento color café, estas parecen tener más soporte,  las anteriores se sostenían con una cuerda negra elástica, sabían que su propietario es amante del movimiento por lo que preferían no arriesgarse.
Se escucha el coro: 
Con vaivén de hamaca,
ni se sufre ni se llora,
con vaivén de hamaca.
Con un vaivén de hamaca
ni se sufre ni se llora
con vaivén de hamaca (….)


“Ya veo, no son gratuitas las hamacas que nos fascinan para echar la siesta de la tarde”, piensa para sí el pelirrojo.

Se hace más fuerte el movimiento, un pie da permiso al otro para avanzar, la gente abre espacio para despejar la pista de este entusiasta bailarín. Se escucha en el fondo: ¡Oye, Rafa Bossio! ¡Guapea! Rafa saluda, no distingue muy bien de lejos el rostro del hombre que lo anima a seguir bailando, por lo que se limita a sonreír y levantar el pulgar. En ese momento se une a la danza una mujer extranjera, dice que es de Noruega y que quiere aprender a bailar salsa, le dijeron que ‘Donde Fidel’ era el lugar perfecto para tal fin. Fidel Leottau, el propietario, abre las puertas desde antes de mediodía y recibe a cualquier persona que quiera refrescar su garganta, acompañado de charanga, guaguancó, pachanga, son cubano o salsa.

La noruega parece dar con el compás de la música, no tanto con el ritmo, sin embargo su instructor se esfuerza por explicarle, mientras la toma de las manos dando pasos básicos de más o menos cuatro tiempos; a simple vista, parecieran dos turistas bailando. Es un ring de boxeo, en una esquina ella de cabello rubio largo, vestido holgado de un rojo desgastado y sandalias, en la otra está Rafa, de camisa azul florida, bermuda y tenis. Este último, se contonea, por unos minutos es el alma del lugar –un alma jarocha-, todos casi inconscientemente le han dado espacio para que demuestre sus habilidades o más bien su propio estilo.


Mientras tanto Papaito en el parlante motiva a los bailarines: “Ahí na’ ma’ / Ahí na’ ma’ ¡Camínalo! Alma jarocha, para guarachar”. Continúa la faena, otras parejas se animaron a bailar, el sentir colectivo se traduce en ‘gozadera’, cervezas van y vienen, pero Rafa ya no necesita de ellas para entonarse. Finaliza la canción y de forma espontánea surge un aplauso colectivo, Bossio extraña su cámara en ese momento, saca su celular y se toma una selfie con su compañera ‘la noruega’, sin olvidar invitarla a seguirle en Instagram. Ella se va, ahora quiere bailar champeta, sigue su camino y para el pelirrojo bailador, más caribeño que el agua e’ coco, la noche continúa. 

Continuará...


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