Como si el ritmo se desbordara en
todo el cuerpo, extendiéndose por cada nervio, reviviendo cada sentido,
empezando por los oídos, es música que se siente como un remedio terapéutico,
un momento de gozadera y meditación en el tiempo. Suena con fuerza en el
parlante: “Canto a la raza, raza de
bronce / raza jarocha, que el sol quemó”, los dedos del bailador siguen la
clave sobre la mesa de madera mientras está sentado y desde el cerebro surge la
orden de ponerse en movimiento.
Continúa Papaito cantando:
(…)A los que sufren
A los que lloran
A los que esperan
Les canto yo.
Alma de jarocha que
nació morena
Talle que se mueve
con vaivén de hamaca
Tardes perfumadas
con besos de arena
Tardes que semejan
paisajes de nácar
Dime dónde viven
las quejas dolientes
de toda una raza
llena de amarguras
Alma de jarocha que
nació valiente
para sufrir toda
desventura. (….)
Toma el último trago de su
cerveza y con señas le agradece al Dj por complacer su petición. En su mente retumba
la frase ‘alma jarocha’: “la mía, la de
mi gente negra-caribeña, la de esta ciudad”; se pone de pie, al mismo
compás van los pies dando pasos con los hombros, por otro lado las manos se
mueven, las extremidades parecen independientes entre sí, pero el sabor está
implícito. Ya no es sábado, pero ¿Qué
hora es? Seguramente pasada la medianoche ¿qué importa? Mañana no hay que
madrugar.
Desplazándose con total sigilo
entre mesas, sillas y personas de pie en ese pequeño establecimiento en forma
de ‘U’, -ubicado en un extremo de El
Portal de los Dulces, justo al lado de donde termina el rock, por supuesto,
en el Centro Histórico de Cartagena de Indias-; se muestra impregnado de baile
ese cuerpo menudo, hecho de esas pieles blancas que el sol no puede broncear y
solo logra poner roja, adornada de unas cuantas pecas, llama la atención su afro
pelirrojo, tiene un aire hípster con sus nuevas gafas de aumento color café,
estas parecen tener más soporte, las
anteriores se sostenían con una cuerda negra elástica, sabían que su propietario
es amante del movimiento por lo que preferían no arriesgarse.
Se escucha el coro:
Con vaivén de
hamaca,
ni se sufre ni se
llora,
con vaivén de
hamaca.
Con un vaivén de
hamaca
ni se sufre ni se
llora
con vaivén de
hamaca (….)
“Ya veo, no son gratuitas las hamacas que nos fascinan para echar la
siesta de la tarde”, piensa para sí el pelirrojo.
Se hace más fuerte el movimiento,
un pie da permiso al otro para avanzar, la gente abre espacio para despejar la
pista de este entusiasta bailarín. Se escucha en el fondo: ¡Oye, Rafa Bossio!
¡Guapea! Rafa saluda, no distingue muy bien de lejos el rostro del hombre que
lo anima a seguir bailando, por lo que se limita a sonreír y levantar el
pulgar. En ese momento se une a la danza una mujer extranjera, dice que es de
Noruega y que quiere aprender a bailar salsa, le dijeron que ‘Donde Fidel’ era el lugar perfecto para
tal fin. Fidel Leottau, el
propietario, abre las puertas desde antes de mediodía y recibe a cualquier
persona que quiera refrescar su garganta, acompañado de charanga, guaguancó,
pachanga, son cubano o salsa.
La noruega parece dar con el compás
de la música, no tanto con el ritmo, sin embargo su instructor se esfuerza por
explicarle, mientras la toma de las manos dando pasos básicos de más o menos cuatro
tiempos; a simple vista, parecieran dos turistas bailando. Es un ring de boxeo,
en una esquina ella de cabello rubio largo, vestido holgado de un rojo
desgastado y sandalias, en la otra está Rafa, de camisa azul florida, bermuda y
tenis. Este último, se contonea, por unos minutos es el alma del lugar –un alma
jarocha-, todos casi inconscientemente le han dado espacio para que demuestre
sus habilidades o más bien su propio estilo.
Mientras tanto Papaito en el
parlante motiva a los bailarines: “Ahí
na’ ma’ / Ahí na’ ma’ ¡Camínalo! Alma jarocha, para guarachar”. Continúa la
faena, otras parejas se animaron a bailar, el sentir colectivo se traduce en
‘gozadera’, cervezas van y vienen, pero Rafa ya no necesita de ellas para
entonarse. Finaliza la canción y de forma espontánea surge un aplauso
colectivo, Bossio extraña su cámara en ese momento, saca su celular y se toma
una selfie con su compañera ‘la
noruega’, sin olvidar invitarla a seguirle en Instagram. Ella se va, ahora
quiere bailar champeta, sigue su camino y para el pelirrojo bailador, más
caribeño que el agua e’ coco, la noche continúa.