Fotografía: Rafael Bossio
Los turbantes
pasaron de ser una tarde de aburrimiento y a la vez de juego con unos trapos
viejos, a convertirse en una parte determinante de mi identidad, primero como
mujer y también como mujer de raíces afro.
Este elemento, surge en un momento de mi vida, en el que necesitaba
reencontrarme conmigo misma, con mis raíces africanas, el valor que tengo como
mujer y además entender y conocer de cerca la lucha feminista, quería vivirla a
mi manera y transmitirla a otras personas.
Puede parecer un
poco absurdo que un simple pañuelo o trapo fuera la herramienta que me diera
esa fuerza que estaba buscando, pero justo allí está la respuesta, porque los
seres humanos estamos cargados de símbolos y representaciones, elementos que
perduran en el tiempo para mantener un legado, para hacernos recordar algún
hecho anterior que ha marcado nuestro presente.
El turbante es una
tradición que heredamos los pueblos americanos de nuestra madre África, es un
legado entregado por los negros esclavizados traídos a un territorio históricamente
sometido, que vive una interminable lucha por liberarse. Las envolturas para la
cabeza en África, eran muestra de estatus social o nivel espiritual tanto para
hombres como mujeres, ese saber ancestral que aún se mantiene como por ejemplo
en el pueblo Yoruba de Nigeria, "(...)en el África occidental, las
coberturas para la cabeza se conocen como "gele" en Yoruba o
"ichafu" en Ibo", como lo afirma Helen Bradley Griebel, en su
libro African American History.
Los turbantes no
cubren la cabeza para ocultar el cabello sucio o despeinado como yo lo creía en
un principio, aunque debo confesar que en ciertas ocasiones si lo ocultaba por
motivos estéticos, porque en ese momento no amaba como ahora mi cabello afro (y
agrego que uso los turbantes desde hace más de un año). En ese camino descubrí
que las mujeres negras esclavas durante la colonización, utilizaban este tipo
de envolturas para ocultar sus trenzados que se convertían en su camino a la
salvación o para guardar oro que les sirviera para comprar su libertad y la de
sus familias.
Varios meses después
de aprender formas de anudar un pañuelo en la cabeza, de escoger las telas de
fibras adecuadas y texturas más llamativas, entendí que el turbante constituye
un accesorio o una pieza ancestral dentro de la construcción como individuo, en
mi caso me dio la oportunidad de oponerme a mi manera, a la estética canónica
normalmente construida respecto a lo que se considera una mujer bella.
Pude adaptar lo
tradicional a lo que han traído consigo la modernidad y la globalización, como
lo es volver tendencia desde Rosa Caribe una herencia de cientos de años,
combinándolo con la moda, dándole así a mi imagen un estilo propio y lo más
importante, teniendo como reto hacer vídeos tutoriales cortos de entre 3 y 5 minutos,
para lograr poco a poco que otras mujeres se acepten tal cual como son y
expresen en su exterior que se sienten hermosas siendo ellas mismas.
Seguro me apedrearán
por decir esto pero, creo que los turbantes actualmente no son para uso
exclusivo de gente negra (además porque diferentes culturas alrededor del mundo
lo utilizan), en su momento también fueron utilizados como método de dominación,
para ocultar los voluminosos cabellos de las mujeres esclavizadas haciéndolas perder
poder sobre sus cuerpos. Pero ¿por qué no darle una vuelta a esas connotaciones
negativas y hacer que a pesar de las diferencias, encontremos puntos de
similitud?
De esta experiencia
individual en la que un pedazo de tela ha enriquecido mi autoestima, nace una
idea colectiva de la que muchas veces creo que solo soy la cara, donde además
vale la pena destacar me ha dado el empoderamiento que necesitaba y al mismo
tiempo autoreconocimiento como mujer afro y caribeña que soy.
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