31 ene 2017

PETRONA LA VECINA SORDA


Las vecinas del humilde pero acogedor barrio ‘El Porvenir’, aprovecharon la mañana soleada con la que milagrosamente amaneció ese sábado de junio para cumplir con su labor de todos los fines de semana: lavar ropa, porque de eso dependía el almuerzo y la cena de los próximos dos días.

Una de ellas es Petrona Rodríguez, la lavandera con el patio más grande de toda la cuadra y la única que tiene lavadora con secadora incorporada, que logró comprar gracias a una demanda que le ganó a su ex marido, un marinero jubilado que la abandonó por otra mujer a la que conoció en uno de los puertos del Caribe mientras viajaba por esos mares. Este ahora vivía con una mulata de cabellera larga y negra, una voluptuosa mujer que bajaba la autoestima de Petrona porque ella pensaba que a su edad (cercana a la quinta década) ya no podía competir contra tremenda jovencita que si acaso se acercaba a los 25 años.

La lavadora se convirtió en el bien más preciado de la trabajadora mujer, sus demás vecinas y a la vez colegas, sabían que Petrona había empezado a lavar por el zumbido que hacía tal aparato al iniciar cada ciclo de lavado, ruido que muchas veces no las dejaba hablar entre ellas de patio a patio y las obligaba a gritar los chismes del momento, haciendo que todo el barrio estuviera pendiente de sus curiosas conversaciones.

Por culpa del dinero que obtuvo, todos en el barrio creían que Petrona era rica, sin darse cuenta de que ella prefería ahorrar antes que despilfarrar. Fue entonces cuando en medio de la faena de lavado, su vecina de al lado Cipriana, le gritaba desde su patio que le prestara simples 5 mil pesos, Petrona se demoró unos minutos en responder diciéndole claramente que debido a su edad posiblemente estaba perdiendo la audición y que por eso no le había escuchado.

Cipriana insistía: –Petrona préstame 5.000 pesos-, Petrona respondía: –Será un castigo de Dios pero no te escucho nada mija-. La vecina no se rendía, iba por su tercer intento, pero Petrona también era persistente: -mejor no hables más, tus palabras se las lleva el viento, yo estoy que corro para el hospital con esta sordera-. De repente desde otro de los patios, Matilde Lenguas o mejor conocida como “Lengüita” por su fama de chismosa, lanza su exclamación a todo pulmón diciéndole a Petrona que no sea mentirosa porque ella aunque está más lejos escucha todo lo que Cipriana le dice.


Petrona harta de la situación, para deshacerse de las dos mujeres, le dice a “Lengüita”: -Entonces si escuchaste tanto ¿por qué no se los prestas tu?-. Después de semejante grito, lo siguiente en escucharse fue un silencio ensordecedor que opacó el zumbido de la lavadora, no se escuchaba ni una sola voz en la ruidosa cuadra. La modesta lavandera siguió con su rutina de lavado en absoluta calma, amenizada por un CD del Joe Arroyo que compró a $2.000 en la tienda de la esquina y que escuchaba desde su vieja grabadora Sankey.  

*Este cuento corto, lo escribí para una de mis clases de escritura narrativa en la universidad.

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