Las
vecinas del humilde pero acogedor barrio ‘El Porvenir’, aprovecharon la mañana
soleada con la que milagrosamente amaneció ese sábado de junio para cumplir con
su labor de todos los fines de semana: lavar ropa, porque de eso dependía el
almuerzo y la cena de los próximos dos días.
Una de ellas es Petrona Rodríguez, la lavandera con el patio más
grande de toda la cuadra y la única que tiene lavadora con secadora
incorporada, que logró comprar gracias a una demanda que le ganó a su ex
marido, un marinero jubilado que la abandonó por otra mujer a la que conoció en
uno de los puertos del Caribe mientras viajaba por esos mares. Este ahora vivía
con una mulata de cabellera larga y negra, una voluptuosa mujer que bajaba la
autoestima de Petrona porque ella pensaba que a su edad (cercana a la quinta
década) ya no podía competir contra tremenda jovencita que si acaso se acercaba
a los 25 años.
La lavadora se convirtió en el bien más preciado de la
trabajadora mujer, sus demás vecinas y a la vez colegas, sabían que Petrona
había empezado a lavar por el zumbido que hacía tal aparato al iniciar cada
ciclo de lavado, ruido que muchas veces no las dejaba hablar entre ellas de
patio a patio y las obligaba a gritar los chismes del momento, haciendo que
todo el barrio estuviera pendiente de sus curiosas conversaciones.
Por culpa del dinero que obtuvo, todos en el barrio creían que
Petrona era rica, sin darse cuenta de que ella prefería ahorrar antes que
despilfarrar. Fue entonces cuando en medio de la faena de lavado, su vecina de
al lado Cipriana, le gritaba desde su patio que le prestara simples 5 mil
pesos, Petrona se demoró unos minutos en responder diciéndole claramente que
debido a su edad posiblemente estaba perdiendo la audición y que por eso no le
había escuchado.
Cipriana insistía: –Petrona préstame 5.000 pesos-, Petrona
respondía: –Será un castigo de Dios pero no te escucho nada mija-. La vecina no
se rendía, iba por su tercer intento, pero Petrona también era persistente:
-mejor no hables más, tus palabras se las lleva el viento, yo estoy que corro
para el hospital con esta sordera-. De repente desde otro de los patios,
Matilde Lenguas o mejor conocida como “Lengüita” por su fama de chismosa, lanza
su exclamación a todo pulmón diciéndole a Petrona que no sea mentirosa porque
ella aunque está más lejos escucha todo lo que Cipriana le dice.
Petrona harta de la situación, para deshacerse de las dos
mujeres, le dice a “Lengüita”: -Entonces si escuchaste tanto ¿por qué no se los
prestas tu?-. Después de semejante grito, lo siguiente en escucharse fue un
silencio ensordecedor que opacó el zumbido de la lavadora, no se escuchaba ni
una sola voz en la ruidosa cuadra. La modesta lavandera siguió con su rutina de
lavado en absoluta calma, amenizada por un CD del Joe Arroyo que compró a
$2.000 en la tienda de la esquina y que escuchaba desde su vieja grabadora
Sankey.
*Este cuento corto, lo escribí para una de mis clases de escritura narrativa en la universidad.
*Este cuento corto, lo escribí para una de mis clases de escritura narrativa en la universidad.
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